Apenas, uno llega puede escuchar ese ruido a maquinarias que recorren las calles del barrio "La Rural", las cuales albergan esos recuerdos imborrables de la infancia.
Infancia en las que la calle era un lugar de enseñanza y aventuras para un puñado de niños con valor, espíritu y picardía. Quienes supieron aprovechar esas largas calles de tierra, compuestas por escombros y pastos amarillentos que dieron a este lugar un toque especial para que cada día estos niños pudieran ver las pequeñas cosas de la vida.
Como puede uno luchar con este amor interminable por este barrio, que acompañado por el canto del zorzal y una suave ventisca nos supieron cautivar para que cada tarde a la salida de la escuela nos internáramos a recorrer su calles para llegar a otros de nuestros destinos, las vías.
Pero que vías, llenas de oxido y desgastadas por la erosión del tiempo, sirvieron para cumplir otros de nuestros sueños.
El maravilloso mundo del tren, que llegaba desde los lugares mas recónditos de Buenos Aires para que nos colgáramos en la calle Goria y luego nos tiráramos en la estación de Haedo.
Épocas que quedaran plasmadas en el imaginario de cada uno de nosotros, marcándonos como personas que supieron aprovechar estas pequeñas cosas de la vida.